Como lo habíamos prometido, comenzamos a publicar entrevistas en nuestro blog: escritores, ilustradores, editores, entre otros, serán convocados a reflexionar sobre la LIJ en toda su envergadura. Esperamos que este sea un espacio de comunicación y diálogo entre todos.
Y tenemos el placer de inaugurar este espacio con una entrevista a la escritora chilena
Paula Rivera Donoso (Viña del Mar, 1987), a quien queremos agradecer haber tenido la paciencia de contestar nuestra batería de preguntas.
Licenciada en Letras Hispánicas y Diplomada en Literatura Infantil y Juvenil, se ha desempeñado como editora y crítica literaria en pequeñas iniciativas independientes centradas en la literatura de Fantasía.
Como autora, ha publicado la novela de Fantasía
La niña que salió en busca del mar (Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2013), el micropoemario de haikus
Ventanas (Hebra Editorial, 2010) y cuentos en algunas antologías, entre las que destaca la futura
The Best of Spanish Steampunk (Nevsky Ediciones, 2015). Sus intereses estéticos y académicos son la Fantasía, los videojuegos y la literatura infantil.
¿Por qué decides escribir para un público tan complejo como el juvenil?
¿Cuál es el motivo que te lleva a escribir un libro para ellos y no un libro
para adultos?
Esta pregunta me llega en un momento
de cuestionamiento y reflexión respecto a mi naturaleza como autora.
Honestamente, no estoy pensando en
un “público objetivo” al momento de escribir, o no como podría esperarse
normalmente. Lo principal para mí es contar una historia que me importe de la
forma que me resulte más sincera y hermosa, según mis capacidades. El único
público objetivo en el que puedo pensar es en personas que, independiente de su
edad, compartan parte de mi imaginario, porque siento que eso podría ayudarles
a tener una mejor experiencia de la obra y favorecer que llegasen a
disfrutarla.
Por supuesto, estoy siempre abierta
a todo tipo interpretaciones y, en general, he tenido valoraciones positivas y
muy curiosas de los lectores que se han comunicado conmigo. Con todo, creo que
no entender la Fantasía o no sentirse cercano a ella como lector podría generar
una pérdida importante de la esencia de mis historias, porque justamente las
escribo desde ella.
Que estas historias pudiesen
resultar eventualmente más cercanas a los lectores juveniles, creo, podría
relacionarse con la intensidad particular de cierto tipo de adolescencia y de
la búsqueda de su destino. Y es que la Fantasía es también eso: intensidad y
destino. Dos conceptos que, en mi opinión, están bastante extraviados en la
literatura “adulta” contemporánea de la que más se habla hoy en día.
Los jóvenes en los que pienso suelen
estar inmersos en un viaje interno bastante complejo y solitario, porque suelen
tener una sensibilidad muy distinta al grueso de sus pares, y ni que decir que
del mundo adulto. A veces, pareciera que ese adjetivo se usa sólo para hablar
de sexo, violencia y política, cuando el proceso de convertirse en adulto y vivir
la adultez es algo muchísimo más complejo. Si pienso en varias obras “adultas”
contemporáneas que han sido renombradas, ya sea por méritos artísticos o tan
sólo por ser muy populares, casi todas calzan con esta concepción. Y, para
peor, exponiendo una visión nihilista o pesimista: no hay esperanza, somos
todos unos fracasados. Qué novedad.
En ese sentido, siento que ese tipo
de mirada “adulta” es completamente pueril, pues preserva lo peor de la
infancia y lo peor de la adolescencia. Por ello, aun cuando no piense
específicamente en un rango etario en particular cuando escribo, sin duda
apunto a un ser niño, ser adolescente y ser adulto bastante distintos a esto
que acabo de describir. Busco contarle una historia a quien aún crea que puede
sostener la esperanza en sus manos agrietadas, yo entre ellos. Porque también
me cuento mis historias a mí misma, a la niña y la adolescente que aún viven en
mi cuerpo y mente adultos. No a quien fui antes, sino a quien sigo siendo
ahora, a pesar de los años.
Si lo anterior me hace o no
merecedora del título “autora/escritora de literatura infantil o juvenil”, es
prácticamente irrelevante, creo, para lo que verdaderamente importa. Puede
resultar impráctico e inviable en términos de industria y fomento lector, pero
es la vía más sincera que conozco. La única.
Una de las áreas que más se explota en la literatura juvenil es la
fantasía ¿por qué la fantasía resulta tan atractiva para los jóvenes? ¿Cuál es
tú visión del panorama chileno al respecto? ¿Qué papel juega el mercado en todo
esto?
Señalaste tres conceptos que
detesto: explotar, éxito de ventas, mercado. Los tres, a la vez, son
tremendamente ilustrativos para representar lo que está pasando con la Fantasía
a nivel mundial: se ha vuelto una moda más.
La industria editorial privilegia
obras de marcado carácter comercial, de lectura adictiva y fugaz, que
“enganchen”. Lamentablemente, creo que la visión que actualmente se tiene de la
“fantasía” en el público lector general proviene de este proceso de marginación
o censura de otras obras, que hayan nacido de un interés y voluntad artísticos
antes que por tendencia o diversión.
Me preguntas por qué la Fantasía
resulta tan atractiva para los jóvenes, pero esta pregunta está inserta
justamente en un contexto de mercado. He leído y oído muchísimas veces que esto
se debería al deseo de conocer otros mundos para huir del “real”. El deseo,
también, de sentirse identificado con los protagonistas, usualmente seres
ordinarios que se convierten en héroes a través de la adquisición del poder. En
otras palabras, escapismo, justamente lo que jamás ha sido la Fantasía en su
expresión más literaria.
A mi juicio, la industria se ha
aprovechado de la curiosidad natural de los jóvenes por los aspectos
característicos de la Fantasía para hacer de estas inquietudes un negocio. A
nuestra sociedad le conviene hacer de la ficción un producto fácil de digerir y
que aparte progresivamente a sus lectores de la capacidad crítica y de
cuestionamiento.
El problema, entonces, es la
irresponsabilidad de insistir en rotular como “fantasía” obras de naturaleza
comercial que en su esencia son totalmente contrarias a la verdadera Fantasía,
la escrita por autores que fundaron y reformularon su estética desde un
compromiso artístico real.
Autores que, en sus historias,
buscaron dar a conocer existencias distintas, pero más para reflejar el
potencial de la imaginación como instrumento subcreador que para huir de
nuestra realidad. Que, de hecho, siempre escribieron la posibilidad del
regreso, tanto para el lector como para sus personajes, los que, por cierto,
rara vez calzan totalmente con el modelo de “héroe” tradicional.
Por lo anterior, siento que se les
niega a los adolescentes la posibilidad de conocer y entender esta Fantasía,
cuando sin duda podría ser una experiencia tan desafiante como significativa
para algunos.
Incluso movimientos e iniciativas de
fomento lector parecen insistir en autores y obras de fantasía comercial en sus
actividades. Al respecto, puedo entender que prime ante todo el deseo de
afianzar el gusto por la lectura en los jóvenes, pero creo que en muchos casos
no es necesario redundar en lo que la industria misma ya está imponiendo. Al
contrario, creo que el rol de un mediador profesional pasa también ayudar a
expandir fronteras lectoras e ir más allá de lo impuesto por la mayoría, sobre
todo por fines económicos.
Esa reiteración de títulos que se
han vuelto famosos de una u otra forma se ve complementada por un gran
desconocimiento por otros trabajos. Me parece que hay un inexplicable
conformismo en esta situación, pues muchos clásicos o referentes de valor
estético podrían plantearse como interesante contrapunto de lectura a obras
contemporáneas. Me cuesta pensar que a un adolescente crítico no le interese
conocer los orígenes o principales hitos de la Fantasía que ha conocido en sus
expresiones más actuales. ¡Me cuesta pensar que a un lector de corazón no le
interese tomar un riesgo semejante!
Y es que la experiencia lectora es
riesgo, siempre. Es la gracia. La Fantasía, sobre todo, debe cambiarte. Nadie
puede entrar a Faërie, el Reino de las Hadas, y volver como si nada. Nadie que
haya entrado ha vuelto como antes; todos los que lo han hecho lo saben.
Tristemente, la situación en Chile
me parece bastante cercana a la visión de la fantasía como producto de mercado,
sin las ventas millonarias. A partir de mi experiencia pasada como lectora y
crítica literaria de literatura fantástica chilena, puedo decir que siento que
la mayoría de sus escritores y de las editoriales que los publican no tienen
interés en la Fantasía como estética. Baste mencionar que no hay figuras que te
remitan a la potencia ni relevancia literaria de la argentina Liliana Bodoc,
por ejemplo.
Se ha terminado valorando más la
mera publicación de la obra, el sentido de comunidad superficial entre
escritores, el contacto con los lectores por un par de horas y las ventas,
antes que una preocupación genuina por escribir nuestras historias de la manera
más sincera, bella y responsable posible, para honrar a los autores que amamos
e intentar siquiera cambiar de alguna forma y por unos instantes la vida de
alguien, una sola persona siquiera.
De modo que, en suma, mi visión
personal del panorama chileno de literatura fantástica en general es desolador.
Puede que funcione en términos de movimiento y visibilidad, pero si las obras
que se están escribiendo no tienen valor estético ni sus autores tienen la
intención de consagrar su vida a la estética en sus creaciones, para mí nada de
lo anterior tiene sentido.
Y esto lo dice sobre todo mi yo
adolescente (2001-2005). Recuerdo bien mi frustración al ver que nadie parecía
entender el tipo de Fantasía que yo buscaba y mis dificultades por encontrar
historias que me fueran significativas. De alguna forma, el contexto actual es
aún peor para el adolescente que se halle en circunstancias similares. La
palabra “fantasía” hoy aparece en todas partes, nombrando cosas muy distintas,
a veces hasta opuestas, casi siempre irrelevantes y domesticadas. Es fácil
confundirse y extraviarse en fuegos fatuos.
Pero sé que aún hay adolescentes —pocos—
que en verdad se sienten atraídos por la estética y el imaginario de la
verdadera Fantasía, aun sin estar en condiciones de identificarlos como tales.
De verdad espero que este pequeño
puñado pueda encontrar algún día aquellas historias que los lleven a entrever
Faërie. Resistan. La experiencia les
puede cambiar la vida. Lo sé, porque yo la he vivido.
Para terminar, ¿qué títulos recomiendas a
quienes no tienen un acercamiento a la fantasía, para empezar a leerla? Elige
tus imprescindibles y por qué los consideras imprescindibles.
En esta pregunta hay dos miradas
distintas. No necesariamente las obras que yo considero imprescindibles podrían
ser las más pertinentes para quienes no tienen un acercamiento a la Fantasía,
porque para entonces es muy probable que tengan preconcepciones erróneas o
hasta despectivas de ellas a causa de la cultura popular.
Obviamente, me vería en la necesidad
de mencionar autores y obras que son bien conocidos en este contexto, como El señor de los anillos de J.R.R Tolkien,
aunque en mi caso lo haría por razones distintas a las usuales. Creo que
prefiero, entonces, señalar obras mediana o escasamente conocidas y que podrían
ayudar a conectar al potencial lector con un imaginario de Fantasía más cercano
al cuento de hadas literario que a la épica o al barniz comercial.
1) La llave de oro, de George MacDonald
“The Golden Key”, de la obra Dealings with the
Fairies (1867).
Si hubiese que nombrar a un autor de
Fantasía desplazado por la crítica, la teoría, la industria editorial y los
lectores (al menos en un contexto hispano), ese sería MacDonald. Maestro
indirecto y antepasado estético reconocido de J.R.R Tolkien y C.S Lewis (sobre
todo de éste último), este autor es a la vez una influencia implícita y un
referente obligado para todo autor y lector de Fantasía que se asuma como tal.
Entre sus cuentos de hadas
literarios, destaca especialmente “La llave de oro”, una extrañísima y potente
historia del encuentro de dos niños que acceden al Reino de las Hadas y del
viaje casi infinito que emprenden juntos y luego separados, para volver a
reunirse.
MacDonald es un estilista lleno de
oraciones en las que parecen encerrarse verdades largamente olvidadas. La
lectura de sus relatos es una experiencia bella, pero también desconcertante,
apta sólo para lectores que acepten adentrarse de corazón en ella. No está de
más recordar, por cierto, que no es un autor de literatura infantil, como
erróneamente se piensa.
2) El herrero de Wootton Mayor,
de J.R.R Tolkien
Smith of Wootton Major (1967)
Una faceta muy poco conocida en
Tolkien es la de escritor de cuentos. Una lástima, porque sus relatos son una
maravilla en diversidad y calidad. Quien insista en clasificar a este autor
como “escritor de fantasía épica” haría bien en darse una vuelta por ellos y
luego opinar.
El cuento que recomiendo ahora es
particularmente especial: resulta un reflejo ficcional magnífico de la poética
del propio autor respecto a la Fantasía como estética literaria. Los
principales elementos que explicara en su ensayo “Sobre los cuentos de hadas”
están aquí: la evasión (no confundir con escapismo) del protagonista al Reino
de las Hadas, la renovación de su mirada y el consuelo que le provee la
eucatástrofe que supone en él la experiencia hermosa y terrible de conocer
Faërie y tener que renunciar a ella.
Por lo anterior, pero sobre todo
porque es un cuento de hadas bellísimo, es mi obra favorita de Tolkien y un
imprescindible a ojos cerrados.
3) Un mago de Terramar, de Ursula
K. Le Guin
A Wizard of Earthsea (1968)
A mi juicio, Le Guin, que también
escribe ciencia ficción, es la última gran autora de Fantasía que nos queda con
vida. Nadie más está a su altura. Nadie.
Entre una legión de imitadores de imaginario y estilo mediocres que hasta el
día de hoy campean con sus relatos épicos, Le Guin parece más que nunca la
heredera literaria directa de Tolkien.
Este primer libro de Historias de Terramar, que narra la historia de juventud de Ged desde su
conversión en mago hasta vencer su primera gran prueba como ser humano, es un
magnífico ejemplo de cómo escribir una historia de Fantasía con un sello
propio, pero bebiendo de la tradición de los clásicos. El estilo de Le Guin
expresa un sentido poético más condensado y explícito que el de Tolkien, con un
ritmo contemplativo y reflexivo, casi intimista en la relación del protagonista
con el poder y su crecimiento como hombre y como mago. Este libro en particular,
además, reelabora nociones junguianas como el concepto de la sombra y la
integración con uno mismo. Hay mucho de filosofía y pensamiento oriental en las
obras de Le Guin, que fluyen como una ola sobre las páginas.
En suma, una pequeña gran joya que
supone el comienzo de una de las historias más memorables de Fantasía
contemporánea.
4) La historia interminable, de
Michael Ende
Die unendliche
Geschichte (1979)
Probablemente una de las mejores
obras autoconclusivas de Fantasía jamás escritas y una de las historias que más
fielmente representa la experiencia lectora desde este afán por conocer y
adentrarse —en este caso, literalmente— en los mundos leídos. Metaficción y
metafantasía abordadas de una forma que resulta lo bastante atrayente y
significativa para el lector crítico joven, pero también lo bastante compleja
para que el lector adulto, también crítico, las resignifique continuamente.
A quien piense que la Fantasía es
escapista y falsa le hará bien una lectura analítica de la segunda parte de la
obra, en la que el protagonista logra salvar el mundo ficticio al que ha
llegado a través de su lectura gracias a su nuevo poder. Tras su victoria, sin
embargo, será este poder el que comience a convertirse poco a poco en la
desintegración de su identidad y el extravío de su sentido de destino; en suma,
en su perdición.
Ende también plasma en la obra una
crítica despiadada a los detractores de la importancia de la ficción en nuestro
mundo, degradándola a “mentira” a causa del miedo y la mediocridad, algo que cada
día parece más contingente, por desgracia.
En suma, esta es una obra bellísima,
pero también muy dolorosa. Necesaria.
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